Esta mañana, en la Sala Pablo VI, el Santo Padre León XIV ha recibido en audiencia a los participantes en el Congreso de la Pontificia Academia Mariana Internationalis (PAMI).
A continuación publicamos el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes durante el encuentro.
Discurso del Santo Padre
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La paz esté con ustedes.
Eminencias, Excelencias,
distinguidas autoridades religiosas, civiles y militares,
señores embajadores,
estudiosos de mariología,
queridos hermanos y hermanas.
Me complace encontrarme con ustedes al término del Congreso de la Academia Mariana Internacional. Saludo al presidente, al secretario, a los miembros del Consejo Directivo, a los colaboradores y a todos los benefactores.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, nos enseña a ser el pueblo santo de Dios; de ahí deriva también la importancia de esta Academia Pontificia, cenáculo de pensamiento, espiritualidad y diálogo, a la que corresponde la coordinación de los estudios mariológicos y de los estudiosos de la mariología, al servicio de una genuina y fructífera pietas mariana.
En este 26.º Congreso se han preguntado si una Iglesia con rostro mariano es un residuo del pasado o una profecía del futuro, capaz de sacudir las mentes y los corazones de la costumbre y el pesar de una «sociedad cristiana» que ya no existe. Han debatido sobre los fines y los valores que el culto mariano propone a los creyentes, para verificar si están al servicio de la esperanza y la consolación que la Iglesia tiene el deber de anunciar. Han reconocido en el jubileo y en la sinodalidad dos categorías bíblicas y teológicas para expresar de manera eficaz la vocación y la misión de la Madre del Señor.
Como mujer «jubilar», María nos parece siempre capaz de empezar de nuevo a partir de la escucha de la Palabra, según la actitud descrita por San Agustín: «Cada uno te consulta lo que quiere, pero no siempre oye la respuesta que quiere. Tu siervo más fiel es aquel que no busca oír de ti lo que quiere, sino querer lo que oye de ti» (Confesiones, X, 26). Como mujer «sinodal», está plena y maternalmente involucrada en la acción del Espíritu Santo, que llama a caminar juntos, como hermanos y hermanas, a quienes antes creían tener razones para permanecer separados en su recíproca desconfianza e incluso enemistad (cf. Mt 5, 43-48).
Una Iglesia con corazón mariano custodia y comprende cada vez mejor la jerarquía de las verdades de la fe, integrando razón y afecto, cuerpo y alma, universal y local, persona y comunidad, humanidad y cosmos. Es una Iglesia que no renuncia a plantearse a sí misma, a los demás y a Dios preguntas incómodas —«¿cómo será esto?» (Lc 1,34) — y a recorrer los exigentes caminos de la fe y del amor — «he aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) —.
Una pietas y una praxis marianas orientadas al servicio de la esperanza y del consuelo liberan del fatalismo, de la superficialidad y del fundamentalismo; se toman en serio todas las realidades humanas, empezando por los últimos y los descartados; contribuyen a dar voz y dignidad a quienes son sacrificados en los altares de los ídolos antiguos y nuevos.
Dado que en la vocación de la Madre del Señor es posible leer la vocación de la Iglesia, la teología mariana tiene la tarea de cultivar en todo el pueblo de Dios, en primer lugar, la disponibilidad a «volver a empezar» a partir de Dios, de su Palabra y de las necesidades del prójimo, con humildad y valentía (cf. Lc 1, 38-39); y además el deseo de caminar hacia la unidad que brota de la Trinidad, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fe, la fecundidad del amor y la profecía de la esperanza que no defrauda. Contemplar el misterio de Dios y de la historia con la mirada interior de María nos protege de las mistificaciones de la propaganda, la ideología y la información enferma, que nunca sabrán llevar una palabra desarmada y desarmante, y nos abre a la gratuidad divina, que es la única que hace posible el caminar juntos de las personas, los pueblos y las culturas en la paz (cf. Lc 24, 36.46-48).
Por eso la Iglesia necesita la mariología; necesita que se piense y se proponga en los centros académicos, en los santuarios y en las comunidades parroquiales, en las asociaciones y en los movimientos, en los institutos de vida consagrada; así como en los lugares donde se forjan las culturas contemporáneas, valorizando las innumerables sugerencias que ofrecen el arte, la música y la literatura.
En estos años, la Academia Mariana ha puesto en marcha también diversas iniciativas para proponer la imagen y el mensaje de la Madre de Jesús como vía de encuentro y diálogo entre las culturas: ella, en efecto, cooperadora perfecta del Espíritu Santo, no cesa de abrir puertas, tender puentes, derribar muros y ayudar a la humanidad a vivir en paz en la armonía de las diversidades.
Les agradezco este servicio eclesial, que nos sigue recordando que la Iglesia tiene siempre un rostro mariano y una praxis mariana. Felicito también a quienes han presentado sus obras musicales y artísticas para el premio internacional anual «María, camino de paz entre las culturas».
Queridos amigos, que su Academia sea cada vez más un hogar y una escuela abierta a todos aquellos que desean poner sus estudios marianos al servicio de la Iglesia. Por ello rezo y los acompaño con mi bendición. Gracias.